Saturday 1 October 2011

Catástrofes naturales de campamento

Luego de dejar a Sasha en el aeropuerto después de su corta estadía, me encontré con Tanya que también venía para compartir viaje un poco más de una semana larga. Creo la parte del viaje en Europa de cierta forma me gustó más porque tuve la oportunidad de pasarlo con gente que conocía en contraste con la parte en Asia donde siempre tocaba conocer personas nuevas que iban y venían y al final uno termina desgastándose socialmente y añoraba poder compartir con personas que supieran mi historia.

Los primeros días nos quedamos un poco en Lisboa, y una vez más me toco de guía turístico. Aunque la verdad no me importaba porque me gusta mucho esta ciudad con sus contrastes, sus callejuelas, su arte callejero, la sinceridad de su gente y el ambiente que se respiraba a todo momento.




Yo seguía encantado por la arquitectura portuguesa con sus complicadas y hermosas decoraciones de azulejos y se convirtió en mi actividad favorita buscar estas decoraciones.


Por esos días era la fecha del día nacional de Portugal, con lo cual muchos museos y lugares turísticos tenían entrada gratis. Aprovechamos y visitamos el increíblemente bello e imponente monasterio de Belém que data de 1501, creado por el rey de aquel entonces para conmemorar el retorno de Vasco da Gama de su viaje en la india. Es bien sabido que Europa tiene una colección arquitectónica muy rica y diversa y por ende se sufre el mismo síndrome que en Asia donde uno no podía ver un templo más. En Europa es con las catedrales o los palacios o cualquier edificio antiguo. Llega un momento en que se pierde el interés por ellos sin importar que tan majestuosos sean, pero el monasterio de Belém tiene la propiedad de dejar boquiabierto a cualquiera. Es enorme y su belleza no solo radica en su tamaño sino en la cantidad de detalles tan intrínsecos y bien elaborados que lo caracterizan.

Lamentablemente no tomé muchas fotos porque estaba un poco cansado de oprimir el botón de la cámara, pero acá van algunas fotos:


También aprovechamos para visitar el museo nacional, una estatua super famosa y enorme que no recuerdo el nombre y echarle un vistazo a la plaza del comercio que es la principal de Lisboa. Esperábamos que hubieran muchas actividades allí por conmemoración del día público, pero nos decepcionamos y solo vimos a un montón de chicos practicando el arte de parkour que es bien entretenido de observar.




Tomamos un bus que nos llevó dirección al sur a un pueblo llamado Milfontes en donde luego de una deliciosa cena de conejo nos pusimos a buscar campamento libre. Para seguir con la tradición de levantarme y ver al mar, insistí que durmiéramos junto a la playa. Tanya confió en mi decisión de poner la carpa a una distancia adecuada de las olas, pero para mi sorpresa la marea en esta playa subía muchísimo y fuimos despertados a las 2 am por una ola que bañó la carpa. Ese es un sonido que nunca olvidare, el pacífico ritmo de una ola que surcaba las paredes de nuestra carpa mientras nosotros en el mundo de los sueños eramos arrullados por la naturaleza que amenazaba con llevarnos al mar. La mala fortuna fue que Tanya dejó su maleta fuera de la carpa y esa fue la última noche de su teléfono. Tuvimos que levantarnos un poco con pánico, buscar nuestros zapatos dispersados por la arena, sacar nuestras cosas y mover la carpa para evitar que siguiera mojándose. Hacía mucho viento así que no fue tarea fácil, pero al poco tiempo subimos un pequeño acantilado, restablecimos el campamento y seguimos durmiendo. Ahora cuando nos reímos de esos incidentes, nos referimos a esa noche como “la noche del tsunami”.



Los siguientes días el clima empeoró bastante, lo cual redujo la cantidad de actividades que pudimos hacer. La mayoría del tiempo la pasamos hablando o leyendo o dando paseos por este pequeño y peculiar pueblo mientras escapábamos de la lluvia explorando la deliciosa repostería portuguesa.

Al cabo del tercer día el clima mejoró un poco e hicimos una caminata a lo largo de la costa por unas semi dunas de arena. Lo cual nos dio vistas bien guapas del agresivo océano atlántico en un camino un poco sublime. Al final de la caminata llegamos a la praia do Malhao que por la tempestad de los días anteriores no invitaba a quedarse mucho tiempo.






Cansados un poco del mal clima decidimos seguir bajando hasta un lugar llamado Sagres, pueblo original de la famosa cerveza nacional de Portugal. Esta era la región del Algarve, que se caracteriza al igual que el sur de España por tener colonias enormes de ingleses y alemanes que hartos del clima en sus países originales deciden mudarse al sur de Europa en busca de sol. Esto se notaba al verse pubs con terrazas llenas de anglosajones con lentes de sol bebiendo cerveza todo el día. Creo la forma de ser tan amigable y apacible de los portugueses permite que estos expatriados se sientan en un ambiente familiar sin necesidad de mezclarse con la cultura local.

Hicimos auto stop en dirección al cabo san Vicente, que es el punto más sur oriental de Europa y Portugal. Nos recogió un chico belga que vivía en su van y que se la pasaba haciendo surf. El atlántico es perfecto para esto porque trae olas bastante grandes para practicar este deporte. Claro que el nos confesó que debería dedicarse a algo distinto porque es un deporte bastante frustrante, además de que las playas parecían estar llenas de gente con la misma intención, haciendo que el deporte se volviera más una competencia y trabajo obligatorio que un pasatiempo.
Este chico se dirigía a un bosque a pasar la noche, pero nosotros queríamos ir hasta el cabo y pasar la noche allí, así que caminamos el último trayecto y disfrutamos de un atardecer bien lindo, donde a pesar del viento, el sol jugaba haciendo formas con las nubes y poco a poco empezó a despejar el cielo.
Buscar un lugar para acampar fue muy complicado ya que por las condiciones climáticas de este cabo (hace mucho viento todo el año) la vegetación es muy tupida y no había muchos lugares donde poner la carpa, así que nos toco ponerla en el parqueadero de carros.
Tuvimos una cena bien agradable, con risas y charla amena bajo una calma increíble. El viento dejo de soplar, las nubes se dispersaron y teníamos una vista preciosa del firmamento con el cielo estrellado.
Rumbo al cabo San Vicente


Atardecer tranquilo en cabo San Vicente
Pero todo esto no fue sino un dulce delirio de lo que se avecinaba. A las pocas horas de estar dormidos fuimos despertados por una tormenta despiadada que bombardeaba con cántaros de agua y vientos rapaces nuestro frágil refugio. Fue tanta el agua que cayó que la carpa se inundo, mojando todas nuestras pertenencias. Tanya fue la primera que notó la gran tormenta al ser abofeteada por las misma carpa mojada que por su peso achico el tamaño real de la carpa. Al despertarse se dio cuenta de que su colchoneta estaba completamente empapada y que teníamos charcos de agua dentro de la tienda de acampar. Afortunadamente mi colchoneta era impermeable y fue la que nos salvó esa noche de que nos mojáramos completamente. No teníamos más opción que esperar que la tormenta pasará y confiar que la carpa resistiera esta prueba tan inesperada y tenaz. Compartimos mi colchoneta en un despliegue de gimnasia y contorsionismo incómodo que evitaba que durmiéramos. Solo eran las dos de la mañana y aún faltaban muchas horas para el amanecer.

Escuchábamos con gran detalle los por menores de la tormenta al igual que cuando de repente se arreciaba desmesuradamente, aplacando la carpa a tamaños que nos hacían pensar que se iba a romper por completo y que íbamos a terminar desnudos en el corazón de la madre naturaleza. Si nos acercábamos mucho a las paredes eramos refregados por la tela embadurnada de lluvia. En un momento empezó a lloviznar dentro de la misma carpa, con goteras tristes que escapaban de la tela que no podía retener más líquido.
Allí tuve una revelación que venía amasando por un tiempo. Me cansé de viajar y quería ir a casa. El problema es que ya no tengo casa a que regresar y de cierta forma el camino se convirtió en mi hogar.
Así pasaron las horas y al igual que absolutamente todo en el universo, nada se queda estático. La tormenta paso, el amanecer llegó y la felicidad de sentir la tenue luz del sol tocar nuestros rostros nos colmó totalmente.
Entendimos que la tranquilidad tan inverosímil al principio de la noche era solo la calma antes de la tormenta, especialmente en un lugar como este donde todos los días del año el viento sopla desmesuradamente.
Una señora que durmió en su caravana se acerco y me dijo que debíamos haber tenido una noche brutal porque ellos en su gran caravana no pudieron dormir y el agua encontró formas de colarse por sus ventanas.
Cuando luego le contaba de esta historia a otras personas en esa área, todos recordaban esa noche porque aún en sus casas no podían dormir. Fue sin lugar a dudas la peor noche de acampar que pase en mi vida.
Lo bueno fue que al siguiente día sacamos todo lo que teníamos mojado y el viento lo secó bien rápido. Y después de superada la crisis solo podíamos reírnos de esta aventura tan inesperada e indescriptible. A esta noche la llamamos la noche del huracán.
Secando las cosas luego del huracán


Luego de esta noche épica, nos desplazamos hasta Faro en donde nos hospedamos en la casa de un chico de couch surfing llamado Pablo, quién fue muy gentil al hospedarnos en su casa. Luego de charlar un poco nos pusimos a dormir, tratando de recuperar el sueño perdido con la noche del huracán, pero de repente el zumbido tan característico del mosquito que vuela buscando cena empezó a torturar nuestros oídos. Eran tantos mosquitos que nos tocó a media noche levantarnos y hacerles cacería. Pero cada vez que apagábamos la luz, empezaba el poco melodioso ruido a taladrar en nuestras cabezas. Fue otra noche larga que el cansancio evito que pudiéramos descansar en paz. A esta noche le llamamos la noche de la plaga de mosquitos.

Los siguientes dos días nos la pasamos deambulando por las calles de Faro que a pesar de no tener nada en particular, llamaban a ser exploradas e imprimían un aire de pasividad envidiable.




Un lugar bien interesante que visitamos fue una especie de capilla cuyas paredes estaban decoradas con huesos y cráneos humanos.



También era bien curioso mirar los incontables nidos tan elaborados de cigüeñas que dotaban la ciudad.
 La siguiente noche, para no repetir los incidentes de los mosquitos, decidimos poner la tienda de campaña en el patio de la casa donde nos quedábamos, y esta noche por fin pudimos conciliar un sueño estupendo y profundo.


También exploramos la catedral un poco y un parque nacional que nos costó mucho trabajo llegar en transporte público.

Para esta entonces yo ya podía entender mucho más el portugués que es una lengua romance bien linda de pronunciar. Claro que hablarlo era otro cuento y generalmente terminaba balbuceando una mezcla de español con algunas palabras en portugués. Miren como se dice perros calientes en portugués, que idioma tan lindo.

En la última noche de Tanya fuimos a comer y beber a la playa de faro, que es un poco lejos de la ciudad y que no tiene nada de especial. Pero aún así tuvimos una velada bien entretenida, con muchas risas y con nuestros estómagos contentos. Acampamos una vez más allí con una noche de mucho viento pero sin ningún desastre climático afortunadamente.

Después de una despedida efusiva y un poco melancólica, Tanya partió de regreso a Inglaterra y yo me quedé allí una vez más solo y ya sin planes de tener más amigos conocidos con compartir. Tomé rumbo hasta la ciudad de Lagos y aproveche para consumir de forma desmesurada un libro que se convirtió en uno de mis favoritos: Shantaram. Este es uno de esos libros que cuando se comienza se es muy difícil parar de leer y sus más de mil páginas fueron devoradas con el deleite que provee la satisfacción de una lectura nutritiva.



Esa noche acampé en las playas de Lagos, bajo el murmullo de un mar calmado y el silencio de una noche estrellada. Traté de hacer bivoc pero el rocío de la noche me obligó a entrar en la carpa a altas horas de la madrugada. El siguiente día traería una nueva etapa de este viaje. Una etapa corta pero al mismo tiempo una de las más sustanciosas de todo mi viaje. Pero eso es tema de otra entrada completa. Gracias por leer.

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